lunes, 17 de junio de 2013

par de fragmentos de la Caída de Albert Camus



Mis relaciones con las mujeres eran naturales, sueltas, fáciles, como suele decirse. No me valía de ningún ardid, o únicamente de ese ardid ostensible que ellas consideran como un homenaje. Las amaba, según la ex-presión consagrada, lo cual es lo mismo que decir que nunca amé a ninguna. 
La misoginia me parecía vulgar y tonta, de manera que siempre juzgué mejores que yo a casi todas las mujeres que conocí. Sin embargo, al colocarlas tan alto lo más frecuente era que las utilizara en lugar de servirlas. [...]



[...] Sobre todo me creí obligado a frecuentar regularmente los cafés especializados donde se reunían nuestros humanistas profesionales. Mis buenos antecedentes hacían que naturalmente fuera bien recibido. Y allí, como quien no quiere la cosa, soltaba un buen taco: "Gracias a Dios", decía, o bien sencillamente: "Dios mío..." Ya sabe usted que nuestros ateos de café son tímidos como unos primeros comulgantes. Al enunciado de aquella enormidad seguía un momento de estupor, se miraban estupefactos, después estallaba el tumulto; unos escapaban fuera del café, otros cacareaban con indignación sin escuchar nada, todos se retorcían en convulsiones, como el diablo bajo el agua bendita.

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