—Por virtud de este tatuaje, Tatuana, vas a huir siempre que te halles en peligro, como
vas a huir hoy. Mi voluntad es que seas libre como mi pensamiento; traza este barquito en
el muro, en el suelo, en el aire, donde quieras, cierra los ojos, entra en él y vete...
¡Vete, pues mi pensamiento es más fuerte que ídolo de barro amasado con cebollón!
¡Pues mi pensamiento es más dulce que la miel de las abejas que liban la flor del
suquinay!
¡Pues mi pensamiento es el que se torna invisible!
Sin perder un segundo la Tatuana hizo lo que el Maestro dijo: trazó el barquito, cerró
los ojos y entrando en él —el barquito se puso en movimiento—, escapó de la prisión y de
la muerte.
Y a la mañana siguiente, la mañana de la ejecución, los alguaciles encontraron en la
cárcel un árbol seco que tenía entre las ramas dos o tres florecitas de almendro, rosadas
todavía.
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